viernes, 6 de agosto de 2010

Huecos


Porque así son las cosas

No es que la vida se repita una y otra vez, o tenga ciclos, o haya cosas iguales a otras, lo que sucede es que la mente hace juegos con nosotros. Está adaptada, por evolución, para que veamos patrones, esquemas. Para que relacionemos lo nuevo con lo conocido. A medida que el tiempo pasa y envejecemos, a medida que los patrones se van fortaleciendo y que aumenta nuestro bagaje de lo conocido, dejamos de atender lo nuevo. Lo olvidamos, olvidamos lo nuevo, por quedarnos con las representaciones que hemos acumulado en nuestra vida. Lo que propongo es volver a lo nuevo.


Huecos

Margarita Suárez sale diariamente de su casa a las 9:30 am., con un termo lleno de té en la mano derecha, un sombrero que combina con su falda, una blusa que combina con sus zapatos, lentes de pasta gruesa arreglados para miopes, y, de manera invariable, su bolso negro en el hombro izquierdo.

Tras cruzar su jardín, camina sobre la acera con dirección a la oficina de seguro social, donde es recepcionista de tiempo completo. Mientras camina nunca se olvida de prestarle nerviosa atención al perro del vecino, que ya es famoso por ladrarle a cuanta persona pase frente al jardín que es su territorio. También, Margarita pone especial cuidado en dar un brinquito al pozo de la calle número 42, pues sería fatal en lo físico y lo social, para una señora como ella caer dentro de un pozo en una esquina tan transitada. Desde hace diez años ha llamado en repetidas ocasiones a la oficina de obras públicas para que reparen ese pozo, pero hasta ahora no han atendido a su llamado. No ha querido indagar más al respecto, pues piensa que si no han tapado el pozo en diez años debe ser porque los trabajadores de obras públicas tendrán otras cosas más importantes qué hacer, y lo que menos quiere Margarita es entorpecer las tareas del gobierno con sus caprichos.

Tras una travesía sin contratiempos, como siempre, Margarita llega a las 9:50 am., a la oficina del seguro social, le da los últimos sorbos a su termo con té para terminarse lo justo a las 9:55 am., como siempre, y como siempre, checa su tarjeta justo a las 9:59 am. No lo hace antes porque sería injusto hacer que los muchachos de recursos humanos tengan que trabajar de más restando el tiempo extra de su nómina, y no lo hace después porque sería injusto que le descuenten un solo minuto de su paga. Por las mismas razones a las 6:01 pm., en punto, Margarita vuelve a checar su tarjeta, sale de su trabajo, pero no regresa por el mismo camino a su casa, pues a diario tiene que surtir el mandado. Pocos lo saben, pero las casas de las mujeres solas requieren mucho mantenimiento, y más si éstas son como Margarita, a quien le gusta que las cosas a su alrededor se mantengan como están. Además de que, a diario, hace compras de despensa, pues no le gusta almacenar alimento en su hogar. Es a las 7:30 pm., cuando Margarita llega a su casa, para cenar, dormir y prepararse para iniciar el día siguiente a la misma hora.

Esa es la vida cotidiana de Margarita Suárez. Y así ha sido diariamente, hasta que un día, y es aquí donde está la clave de todo, cuando alguien dice: “hasta que un día”. Pues bien, hasta que un día Margarita Suárez salió de su casa a las 9:30 am., con el termo lleno de té en la mano derecha, un sombrero que combina con su falda, una blusa que combina con sus zapatos, lentes de pasta gruesa arreglados para miopes, y su bolso negro en el hombro izquierdo. Caminó sobre la acera con dirección a la oficina de seguro social. Le prestó nerviosa atención al perro del vecino. Pero no puso especial cuidado en dar el brinquito al pozo de la calle número 42. Más bien, sí dio el brinquito y lo hizo bien, como siempre. En lo que no puso especial atención fue en que el pozo había crecido. No mucho. Dos centímetros a lo más. Pero eso bastó para que el usual brinquito no fuera suficiente para librar el obstáculo, haciendo que Margarita resbalase y cayera al pozo. Pero no toda Margarita se hundió en éste. Sólo la mitad de ella. Y fue la mitad menos conveniente. Por eso sobre la calle sólo relucían unas piernas de señora, que apuntaban al cielo y se movían desesperadas como antenas de cucaracha, mientras el vestido se desparramaba sobre la acera, dejando ver unas piernas al desnudo y una que otra cosilla más.



¿Alguna duda?





2 comentarios:

Berenice dijo...

Yo siempre llevo mi bolso sobre mi hombro izquierdo.

Frases para reflexionar dijo...

Qué grande! Aunque yo soy más de "Los amantes del Círculo Polar" que habla de la importancia de cerrar ciclos.

Bonito cuento, relato, tetxo :)

Un saludo, Andrea.